Figuara1.En 2024 el INAH consiguió recuperar los Códices de San Andrés Tetepilco, en los cuales se narra otra visión de la historia de los pueblos nahua de la cuencca de México. Foto: BNAH.

Por: Baltazar Brito Guadarrama

Baltazar Brito Guadarrama



Licenciado en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, así como maestro y doctor en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Especializado en códices, historia novohispana y bibliografía de México, es director de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

Ese día, la mañana transcurría como cualquier otra en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH). Ante la mirada absorta del retrato de Lorenzo Boturini, adosado a una de las paredes del vestíbulo, los usuarios acudían por su material de trabajo y los compañeros bibliotecarios, con gesto cortés, intercambiaban con ellos las papeletas por los libros o manuscritos solicitados.

 

Figura 1.Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Foto Gerardo Peña, INAH.

 

En la dirección —ese espacio que es a un mismo tiempo mi oficina, sala de juntas y la biblioteca de Alfonso Caso, el eminente arqueólogo que descifró los códices mixtecos— las llamadas telefónicas, reuniones y oficios eran atendidos como siempre, unas, con parsimonia y dedicación, y otros, con la agilidad que apremiaba cada uno de los trámites y procesos demandados por nuestro trabajo. De pronto, esa cotidianidad se vio interrumpida por el aviso de uno de los oficiales que resguarda nuestro inmueble:

 

- Dr. Brito —anunció— llegó la legación de San Miguel Amatlán.

 

Comenzó entonces a ingresar un grupo de personas que habían viajado 627 kilómetros por carretera, desde la Sierra Norte de Oaxaca hasta la Ciudad de México. A pesar del cansancio que aquello conlleva, en tan solo un instante mi oficina se colmó de saludos, risas, agradecimientos, remembranzas y, sobre todo, olores que, de una forma u otra, despertaban el apetito de todos los presentes, pues, en un gesto de buena voluntad, aquellos amigos cargaban canastas y chiquihuites repletos de queso, pan, chorizo, tortillas, chocolate, agua de manantial, mezcal y otros obsequios que convidaban a los trabajadores de la BNAH.

 

No era la primera vez que ocurría. En la década de 1960, la población y las autoridades de San Miguel Amatlán decidieron depositar en nuestro recinto una parte de su legado histórico: los lienzos de San Lucas Yatao y de Yatini. Desde entonces, como si se tratara de un ritual, cada dos años, cuando el presidente municipal releva al anterior en sus funciones, este acude, como primer mandato, a constatar el estado de conservación de sus documentos.

 

Figura 2.El lienzo de San Lucas Yatao fue depositado en la BNAH, en la década de 1960, por pobladores de San Miguel Amatlán. Foto: BNAH.

 

Más allá de la valía inherente que les confiere su rareza y antigüedad, los pobladores zapotecas de San Miguel Amatlán consideran que estos códices, manufacturados durante el siglo XVIII, son sus títulos primordiales, es decir, el fundamento legal que ampara su posesión de las tierras que habitan.

 

Figura 3.Para muchas comunidades, los documentos pictográficos antiguos son considerados sus títulos primordiales. Lienzo de Yatini. Foto: BNAH.

 

Buena parte de la identidad de esta comunidad se finca en ellos y, a pesar de eso, y por la necesidad de preservar de la mejor manera posible lo que podríamos considerar como su ‘tesoro más preciado’, conscientes de que su patrimonio es al mismo tiempo el de toda una nación, decidieron ponerlo en manos de la BNAH. Los lienzos, cabe decir, nunca han dejado de ser patrimonio del pueblo, por el contrario, siguen siendo de ellos, pero también los comparten con todos los mexicanos.

 

Además de los lienzos deSan Lucas Yatao y de Yatini, la BNAH, una de las instituciones garantes del patrimonio bibliográfico y documental mexicano, resguarda más de 200 códices de tradición mesoamericana. En ellos —así como en otros tantos que por distintas circunstancias de la historia se encuentran al amparo de instituciones extranjeras—, reside la memoria de nuestros antepasados.

 

Figura 4.Son más de 200 los códices de tradición mesoamericana que se resguardan en la BNAH. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

En cada uno de los folios, láminas o fragmentos de lienzo que los conforman, el tlacuiloo escriba indígena plasmó un cúmulo tan grande de información que, actualmente, nos permite conocer no solo el grado de desarrollo cultural, científico y artístico que alcanzaron los antiguos pobladores de nuestro país, sino también su particular forma de ver y de sentir el universo que los rodeaba.

 

Y aunque lamentablemente solo conocemos un puñado de los miles de códices que existieron en el México antiguo, sabemos —gracias al esfuerzo recopilatorio de personajes como fray Bernardino de Sahagún o los cronistas Chimalpahin, Tezozómoc e Ixtlilxóchitl— que los hubo consagrados a la religión y a sus fiestas; al tiempo y sus calendarios; a la tenencia de las tierras; las cargas tributarias; la historia de los señoríos y de los grandes gobernantes; a la guerra; la educación; el movimiento de los astros; la curación del cuerpo humano e, incluso, existieron documentos de carácter nigromántico, dedicados a la manipulación del destino.

 

Si bien es cierto que, con la irrupción de los españoles en el mundo indígena, la mayor parte de estas fuentes históricas fueron quemadas, dispersadas y sustraídas, su tradición escrituraria consiguió adaptarse a la concepción del universo impuesta por los conquistadores.

 

Así, durante la época novohispana, mediante un asombroso fenómeno de resistencia cultural,tlacuiloscontinuaron haciendo uso de su escritura, lo que dio lugar a la manufactura de nuevos códices con características híbridas, en los cuales, uniendo las visiones de múltiples tradiciones y lenguas, combinaron la escritura europea con la de sus antepasados.

 

De ese modo, aunque mantienen rasgos comunes, los códices de la zona maya no son iguales a los mixtecos o a los nahuas de los valles de México y de Texcoco. Ese pluralismo enriquece la herencia que nos legaron las sociedades que alguna vez habitaron el territorio mexicano. Varias de ellas se extinguieron con el tiempo pero otras sobrevivieron, se adaptaron y se mantienen firmes hasta nuestros días. Su riqueza cultural fue heredada y forma parte de nuestro patrimonio histórico e, intrínsecamente, de nuestra identidad.

 

Un patrimonio mexicano y de toda la humanidad

 

Cuando escuchamos la palabra patrimonio, esta evoca aquellos bienes que nos fueron heredados por quienes nos precedieron en esta vida. En el caso de una nación, su patrimonio está formado por todas aquellas manifestaciones y expresiones culturales, materiales e inmateriales, que en algún momento contribuyeron a su formación histórica. En pocas palabras, hablamos de su memoria. En ese sentido, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en su Conferencia Mundial sobre el Patrimonio Cultural, celebrada en México durante 1982, señaló que:

 

  • […] “El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que dan sentido a la vida. Es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo: la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas”.

 

México tiene un largo historial en la defensa de su patrimonio. Esto no es gratuito ya que, lamentablemente y al igual que sucede en Egipto, Grecia o Italia, nuestro país ha sido uno de los que más ha padecido el expolio y la destrucción de sus bienes culturales, sean estos arqueológicos, históricos, artísticos, bibliográficos o documentales.

 

Tales circunstancias han influido para que, desde el siglo XIX, sus legisladores hayan formulado leyes encaminadas a defender aquel legado. Ya desde 1823, Lucas Alamán, político e historiador mexicano y, en ese tiempo, ministro de Relaciones, planteaba ante el Congreso Constituyente la necesidad de crear un repositorio especial que salvaguardara “las antigüedades mexicanas y de los primeros años de la dominación española”. Dos años después, esta propuesta tuvo eco en la creación del Museo Nacional, el antecedente más remoto de nuestro Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

 

En continuidad con estos primeros pasos, hacia 1827, la incipiente legislación mexicana prohibió, bajo pena de decomiso, “la exportación de monumentos y antigüedades mexicanas”, ordenamiento que fue refrendado en 1835.

 

Estos esfuerzos por proteger los remanentes de nuestro pasado prehispánico obedecían a la formación política de una nación en ciernes, cuyos dirigentes, negados a reconocer cualquier atavismo con el periodo virreinal, buscaban en aquel tiempo pretérito las características culturales que habrían de cohesionar la identidad nacional mexicana.

 

En ese sentido, a lo largo del siglo XIX y en la centuria venidera, se siguieron formulando leyes y se crearon organismos especializados en salvaguardar todo aquel objeto precortesiano que mantuviera, en su esencia, nuestro pasado. Con el transcurrir del tiempo vino el cambio de mentalidades y paradigmas, pues, del mismo modo que en un momento se valoró la antigüedad indígena, se comenzó a estimar la importancia del patrimonio emanado de la época novohispana, decimonónica e, incluso, de las primeras décadas del siglo XX.

 

Algunos momentos clave de ese proceso tuvieron lugar durante la denominada pax porfiriana: la promulgación, en 1896, de la Ley sobre Exploraciones Arqueológicas y, un año después, de la Ley relativa a los Monumentos Arqueológicos, las cuales concibieron a los bienes arqueológicos inmuebles como propiedad de la nación, a la vez que protegieron a los bienes muebles, prohibiendo su exportación sin previa autorización del gobierno.

 

Ya en el siglo XX, con un régimen emanado de la Revolución, se creó en 1930 la Ley sobre Protección y Conservación de Monumentos y Bellezas Naturales, donde se incluyó, como parte del patrimonio nacional, a aquellos monumentos que vieron la luz durante el periodo novohispano y en el siglo XIX; más tarde, a fin de prevenir el saqueo, una adición a la misma determinó que todos aquellos objetos que se encontraran dentro de los monumentos también serían del dominio de la nación.

 

El 3 de febrero de 1939 se marcó un hito en la protección del patrimonio cultural mexicano. En esa fecha se fundó el INAH, un importante organismo del gobierno federal, garante de la investigación, la conservación y la difusión del patrimonio cultural tangible e intangible de nuestra nación.

 

Fue al amparo de este establecimiento que, en diálogo con el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, se promulgó, en mayo de 1972, la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, la misma que hasta la actualidad norma el patrimonio cultural mexicano. En esta se emplea el término monumento para referirse no solo a las grandes edificaciones prehispánicas o aquellas construidas entre los siglos XVI y XIX, sino que considera con el mismo adjetivo a una gran diversidad de bienes, igualando la condición jurídica e histórica de dos rubros: bienes muebles e inmuebles.

 

Bajo esta premisa, cualquier documento, manuscrito, libro, folleto o impreso elaborado en nuestro país entre las citadas centurias, es considerado monumento histórico nacional. Además, entre las potestades que confiere esta ley, considera que el INAH, coordinado con otras instancias federales, tiene la facultad de promover la recuperación de los monumentos de especial valor para la nación.

 

Como puede observarse, el gobierno de México ha transitado por un intrincado camino en la preservación de su patrimonio; sin embargo, ese trabajo no debería recaer solo en el Estado, pues esta entidad política que para muchos es un padre omnipotente, en ocasiones se vuelve un monstruo burocrático que tiene el poder de tornar en complejo lo que no debería serlo. Considero que, como individuos anclados a una colectividad, nos corresponde ser protectores de nuestros bienes culturales y concientizarnos de su importancia, porque en ellos reside la memoria que heredarán no solo los hijos de nuestros hijos, sino toda la humanidad.

 

La recuperación del patrimonio documental

 

Como muchas otras naciones, México es un país que sustenta su cultura en un rico mosaico de manifestaciones artísticas, históricas, culinarias y sociales, pero cuando este mosaico es despojado de sus teselas, poco a poco comienza a desdibujarse y, por ende, a debilitar su estructura.

 

Es cierto que esas teselas —llámense piezas arqueológicas, arte sacro, libros o documentos— son objetos preciosos y pueden mantener su brillo si son tratadas con el cuidado que su fragilidad amerita; sin embargo, separadas de su conjunto no son capaces de mostrar la verdadera magnificencia que pueden albergar.

 

El caso de los códices es especial, pues, como señalé líneas arriba, el devenir del que ahora nombramos territorio mexicano, en muchos de los casos, les alejó de sus lugares de origen. Muchos perecieron ante las llamas, otros fueron escondidos para evitar su destrucción o pararon en el seno de las instituciones religiosas virreinales.

 

Hubo también algunos que, a modo de obsequios, arribaron a los grandes palacios reales europeos, y otros que cayeron en manos de coleccionistas nacionales y también en las de viajeros extranjeros quienes, al regresar a sus lugares de origen, se las ingeniaron para transportar esos fragmentos de nuestra historia.

 

En la actualidad, la BNAH es, junto con la Biblioteca Nacional de Francia, uno de los dos repositorios con más códices mexicanos dentro de sus acervos. Otros ejemplares se encuentran en recintos de diferentes países, o bien, dentro de las comunidades a las que pertenecen.

 

En nuestro país, el antiguo Museo Nacional, en una primera etapa, y el INAH desde 1939, son ejemplos de la encomiable labor que se ha hecho para recuperar este tipo de documentos de tradición indígena.

 

El Museo Nacional, por intercesión de Francisco del Paso y Troncoso y otros estudiosos de fines del siglo XIX, logró recuperar varios códices originales que se encontraban en manos de coleccionistas, entre ellos el Códice Dehesa y el Códice Colombino que habían ‘pertenecido’, respectivamente, al político Teodoro Dehesa y al empresario alemán José Dorenberg.

 

En aquel entonces, además, también se instruyó crear copias de numerosos documentos de tradición pictográfica mesoamericana que se encontraban resguardados en sus comunidades de origen o en repositorios europeos. En este trabajo participaron diversos pintores mexicanos que ahora son de gran renombre: Rafael Aguirre, Adrián Unzueta, Basilio Argil, Genaro López y el extraordinario paisajista José María Velasco, entre otros.

 

Más adelante, en los años 30 del siglo XX, el museo realizó una labor admirable al reunir en un solo espacio numerosos códices que, por una u otra razón, se encontraban dispersos en distintas dependencias gubernamentales y universitarias de la Ciudad de México, entre ellos, una buena parte de la colección que, durante el siglo XVIII, había conformado Lorenzo Boturini Benaducci.

 

Durante los últimos años, el INAH, en ocasiones de manera conjunta con las secretarías de Cultura y de Relaciones Exteriores, ha logrado recuperar importantes piezas de este patrimonio cultural. Destacan, por ejemplo, el Códice Chimalpahin, ofertado en 2014 por una casa de subastas inglesa y que regresó a México tras permanecer 187 años fuera del territorio, pues en 1827 había sido adquirido por la Sociedad Bíblica de Londres a cambio de unas cuantas biblias, o bien, el Lienzo de San Bartolomé Ayauhtla, el cual estaba en manos particulares y, gracias al apoyo de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, fue devuelto precisamente a esta entidad, de donde, en algún momento de su historia, fue sustraído.

 

En 2024, el INAH consiguió rescatar los tres Códices de San Andrés Tetepilco, uno de los cuales nos ofrece otra visión de la historia de los pueblos nahuas que habitaron la cuenca de México; por su narrativa, este texto es igualmente considerado una continuación de la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini.

 

No puedo dejar fuera de este recuento la recuperación del Códice De la Cruz-Badiano, el cual fue solicitado por el gobierno mexicano al Papa Juan Pablo II, quien, generosamente, accedió a la petición y en 1990 lo trasladó consigo para ponerlo en custodia del INAH, a través de la BNAH.

 

Cabe añadir que, más allá de recuperar, el objetivo siempre ha sido acercar el patrimonio histórico a la ciudadanía mexicana. Se sabe que en el Museo Nacional los códices se encontraban permanentemente expuestos en una de las salas, a fin de que cualquiera que lo deseara pudiese acudir a contemplarlos.

 

Con el tiempo y a medida que los paradigmas sobre conservación documental evolucionaron bajo nuevas y mejores prácticas, los códices fueron reunidos al interior de una bóveda con seguridad bancaria y control automático de clima y humedad, la cual se ubica en el Museo Nacional de Antropología (MNA) y solo brinda acceso mediante un estricto protocolo que garantiza, en extremo, la seguridad de los documentos resguardados.

 

Figura 5.Los documentos resguardados en la bóveda de códices de la BNAH, se mantienen bajo un monitoreo constante de seguridad y condiciones de temperatura y humedad controladas. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

Pero el hecho de que se protejan en esta bóveda no quiere decir que los códices resguardados por la BNAH, mismos que, vale la pena subrayar, son considerados Memoria del Mundo por la Unesco desde 1997, se encuentren sepultados.

 

Figura 6.Desde 1997 el accervo de códices de la BNAH es considerado Memoria del Mundo por la Unesco. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

Antes bien, son visitados por las comunidades que les dieron origen y aquellos especialistas que justifiquen su consulta para fines de investigación. Por mencionar dos casos, recientemente los códicesMaya de México y Tonalámatl de Aubin, fueron abordados interinstitucionalmente por científicos mexicanos, franceses y de otras latitudes del globo terráqueo.

 

Gracias a los grandes avances tecnológicos, la mayor parte de esta colección se encuentra disponible para su consulta en línea y hemos desarrollado aplicaciones digitales, como las de los códices Chimalpahin, Mendoza, Boturini y Dresde, que incluyen recursos como la realidad aumentada para interpretar los glifos, acercamientos científicos con estudios de prestigiados especialistas y traducción paleográfica instantánea; los dos últimos textos, fueron incluso complementados con facsimilares en amate que nos permitieron recrear su materialidad.

 

Figura 7.Continuamente la BNAH recibe a estudiantes o delegaciones de comunidades indígenas, como parte de sus acciones de vinculación. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

En 2014, gracias al uso de luminarias y vitrinas especiales diseñadas por ingenieros de la Universidad Nacional Autónoma de México, un buen número de nuestros códices fueron integrados a una magna exposición que se realizó en el MNA. En dicho evento reafirmé mi percepción sobre la necesidad que tienen las comunidades en acercarse a su memoria ancestral. Resultaba increíble observar cómo desde sitios periféricos de la ciudad, hasta de lugares tan lejanos como Oaxaca, grandes caravanas arribaban al museo para conocer estos documentos.

 

A partir de esta experiencia hemos intentado que la BNAH mantenga una estrecha relación con las comunidades, ayudándolas a catalogar, conservar, registrar y digitalizar sus documentos. En correspondencia, los pueblos se han acercado a nosotros para sumarse a esta labor de salvaguardia y brindarnos tanto su amistad como su confianza.

 

Me gustaría finalizar con las palabras que Xóchitl López Santiago, presidenta municipal de San Miguel Amatlán, nos obsequió la última vez que acudieron a visitar su códice. Al referirse a su comunidad expresó: “Somos las huellas de ese pasado que no desaparece, pero somos también quienes estamos comprometidos a dejar las mejores huellas para el futuro. Cómo no vamos a creer en que nuestras huellas valdrán lienzos completos si por generaciones hemos salido adelante, a pesar de las dificultades y aun de la sangre. Ya no queremos que la historia sea donde se pinten caballos y lanzas, sino libros y pinceles, ya no linajes, sino familias comunes, haciendo común la igualdad y la grandeza de espíritu.”

 

Espero, sinceramente, que la voz de esta gran mujer zapoteca resuene por los rincones del mundo entero.

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