
La llegada de los europeos a América introdujo nuevas tradiciones artísticas que se fusionaron con las existentes. Una de estas fue la pintura romano o grutesco, que se popularizó en los primeros conventos de Nueva España durante las primeras décadas de la conquista. Las composiciones florales, que combinaban seres míticos del viejo mundo con ángeles, querubines o personajes bíblicos, se adaptaron para fines catequísticos y educativos. Además de adornar muros, servían como propaganda política y religiosa que los pueblos originarios debían asimilar.