Cempasúchil y mariposas: símbolos del regreso de las almas
Cada año, durante el Día de Muertos, los caminos y altares se llenan del color anaranjado del cempasúchil, flor que desde tiempos prehispánicos se asocia con el Sol y con la renovación de la vida. Su nombre proviene del náhuatl cempohualxochitl, “veinte flores”, en alusión a sus múltiples pétalos y a su abundancia en esta temporada.
Según la tradición, en las ofrendas sus pétalos se esparcen para marcar el camino de las ánimas hacia sus hogares, mientras que su aroma guía su llegada. Aunque la más conocida es la variedad de pétalos abundantes (Tagetes erecta), existen otras especies, como la Tagetes patula, que se muestra en la fotografía siendo polinizada por una mariposa, insecto que para las culturas mesoamericanas también tenía un simbolismo asociado a la muerte, la regeneración de la vida y la esencia de los difuntos.
Ambas especies son originarias de nuestro país y se mencionan en textos como el Códice Florentino o la Historia Natural de Nueva España, donde se refieren, equivocadamente, como “hembra” a las flores grandes y de pétalos abundantes, y “macho” a las más pequeñas y de pétalo escaso. En todas sus variantes, los cempasúchiles se utilizan en diversas regiones para adornar tumbas, senderos o los patios donde se colocan los altares en honor al regreso de las ánimas.
Así, más allá de su forma, todas comparten un mismo significado: representar la conexión entre el mundo natural y el espiritual, como un recordatorio de que la vida y la muerte forman parte de un mismo ciclo que florece cada otoño.
