Chalcatzingo: la fuerza del paisaje sagrado
En el pensamiento mesoamericano, las montañas eran espacios cargados de simbolismo, pues representaban la conjunción de las tres esferas: el cielo, la tierra y el inframundo. Así, a las faldas de los cerros que ahora conocemos como Delgado y de la Cantera, en un paisaje que materializa esa concepción del universo, se construyó y desarrolló Chalcatzingo, uno de los asentamientos más relevantes del Altiplano Central durante el periodo Preclásico.
La presencia humana en este sitio se remonta al 3000 a.C., como lo evidencian sus manifestaciones de arte rupestre, aunque su mayor esplendor ocurrió entre los años 1200 y 400 a.C. Durante ese periodo, Chalcatzingo se consolidó como un importante centro cívico-ceremonial y como un nodo de interacción entre la región del Golfo y el centro de México.
La relación con la cultura olmeca es visible en sus relieves y monumentos (como lo demuestra el recientemente repatriado Monumento 9) en los que se representan escenas vinculadas con la fertilidad, el agua y las fuerzas de la naturaleza. Asimismo, la forma en “V” que generan los cerros que lo flanquean fue interpretada como un acceso simbólico al interior de la tierra, que refuerza su carácter sagrado.
De este modo, no es casual que Chalcatzingo se convirtiera en un espacio de peregrinación y culto, ni que distintas comunidades lo habitaran a lo largo de cerca de cinco mil años, atraídas por la fuerza ritual y simbólica del paisaje apegada a las cosmovisiones mesoamericanas.