Cuetlaxóchitl: de las fiestas mexicas al nacimiento de Jesús
Mucho antes de conquistar los inviernos del mundo, la flor de Nochebuena (Euphorbia pulcherrima) ya reinaba en los jardines de tlatoanis como Nezahualcóyotl y Moctezuma. Conocida como cuetlaxóchitl (que se puede traducir del náhuatl como "flor que se marchita" o "de cuero"), para los mexicas poseía un carácter sagrado más allá del ornato: se asociaba con la sangre y simbolizaba la renovación de vida.
En la cosmovisión mexica, la planta ocupaba un lugar de honor. Era un elemento imprescindible en la fiesta de Tlaxochimaco (celebración dedicada a los muertos), pues se creía que los espíritus de los guerreros caídos libaban de ella al regresar al mundo material. Su floración natural la alcanzaba cercana al solsticio de invierno, lo que coincidía en fechas con el Panquetzaliztli, la celebración del nacimiento del dios Huitzilopochtli, dios Sol, por lo que también estuvo asociada a la deidad más importante de los mexicas.
Fue esta sincronía temporal y simbolismos, aunados a su belleza natural en la que sobresale su intenso color rojo, lo que permitió a los franciscanos reinterpretarla. Los frailes aprovecharon la renombrada flor de Nochebuena para adornar los nacimientos, lo que facilitó la transición del culto solar al nacimiento de Jesús. Aunque en el siglo XIX el botánico estadounidense Joel R. Poinsett la popularizó globalmente, la cuetlaxóchitl permanece como un regalo de México para el mundo: una raíz prehispánica que florece en el corazón de la Navidad actual.