El desierto que fue mar: Fósiles marinos en Tehuacán
Los fósiles son huellas materiales de la vida que habitó la Tierra hace millones de años. Restos óseos, impresiones de hojas, conchas o rastros de movimiento permiten a la ciencia reconstruir paisajes, climas y especies desaparecidas. Su estudio revela no sólo la evolución biológica, sino también la profunda historia geológica del planeta.
De acuerdo con su naturaleza, los fósiles se clasifican en corpóreos —como huesos, dientes, troncos o caparazones—, que conservan parte de la estructura original de los organismos, y en icnitas o fósiles de actividad, que registran su comportamiento: huellas, madrigueras o excrementos petrificados. En algunos casos, la preservación excepcional da origen a fósiles de molde y contramolde, en los que sólo queda la impronta del cuerpo sobre la roca.
México posee un valioso patrimonio paleontológico que abarca desde amonites en el desierto de Coahuila hasta mamuts en el Valle de México. Entre los territorios más ricos en fósiles del país destaca la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán. En su vasto paisaje semiárido, los paleontólogos han identificado abundantes turritellas, caracoles marinos de forma alargada que vivieron durante el Cretácico superior, cuando esta región se hallaba cubierta por mares. Junto con otras conchas y restos de fauna marina, estos fósiles revelan que el actual valle desértico fue, hace más de 70 millones de años, un ecosistema costero habitado por una gran diversidad de invertebrados.
Hoy, en el Día Internacional de los Fósiles, recordamos la importancia de conservar, estudiar y difundir el patrimonio paleontológico, pues constituye una ventana al pasado remoto y una pieza esencial para comprender el origen y la historia de la vida en nuestro territorio.
